top of page
Cosas de la vida: Textos cortos
Cholita
Cholita miente y jura que puso la tapa del lavadero. Entre lágrimas y mocos se sienta en un rincón a lamentarse. Mamá grita. Hermano llora. Yo busco a Arlequín por toda la casa. Hermano me dice que no busque más. Cholita sale con una bolsa de plástico chorreando. Adentro un bulto. Mamá le dice que tiene que irse. Qué cómo le va a explicar eso a los niños. Que ella no puso la tapa. Que diga la verdad, que estaba haciendo magia negra. Que porque tenía que usar las tijeras de la cocina. Que porque le cortó el pelo a los niños. Qué está loca. Que la va a denunciar si no se va. A mi me gusta mi cabello corto. Sobre todo si ayuda a Arlequín a volver. Ella dice que le va a hacer un camino del cielo a la tierra. También me dice que así la van a perdonar por todo lo que va a hacer. Que a ella le gustan los niños de los otros, no los propios. Que con todo eso podrá sacarse el problema de la barriga. Que siempre funciona. Que sin el estorbo podrá tener otro trabajo. Me dice que es un secreto. Que Arlequín volverá convertido en otro. Que se fue a cumplir una misión. Que si lo cuento, no vuelve. Luego se marcha. Lloro porque Cholita se va. Busco en su habitación algo para no olvidarme de ella, aunque a los niños las cosas muy tristes no se nos olvidan tan rápido. Debajo de su cama encuentro un trozo de cola suave, con mi nombre. Paro de llorar. Arlequín va a volver. Solo tendré que esperar a ser grande, para ir a reencontrarlo.
Luz Yurlady
La patrona me botó a la calle el día que se enteró que estaba perjudicada. Vieja miserable, ojalá la piqué el mosquito ese que pone a la gente amarilla y le salga sangre por los ojos y la gente del pueblo empiece a chismosear diciendo que se le metió el demonio. Aunque si solo le da un desmayo, también estaría bien.
La vieja es bien mala, pero conozco peores.
Ahora tengo 17 años, mi mamá me entregó desde los 10 años que dizque para darme una mejor vida, pero la purita verdad es que se quedó con los varones, yo era la única hembra y parece que valemos menos. Ellos cuando crecen, si sobreviven a la vida, se vuelven patrones, o al menos ganan más que nosotras.
Mi mamá ya me había regalado antes. Llevaba como dos años viviendo con mi abuela, una vieja que parecía un animalito arrugado picado por alacranes. Ese vejestorio lo único que sabía hacernos a mis primas y a mi era darnos azotes, por suerte era pequeña y las fuerzas no le daban para mucho, pero tocaba aguantarse a esa vieja cacreca con su palo de caña dándonos en la espalda con su genio de los mil demonios. A los varones no los tocaba, mis dos primos hacían y deshacían y les perdonaba todo, porque ellos se convertirían en hombres y traerían el pan y nosotras solo problemas. Vieja del infierno ojalá se te tuerza la cadera como un gusano y te quedes en una silla con la lengua de medio lado y te ensucies encima y te pongan en el patio con los marranos. Aunque con morirte ya me bastaría.
Cuando mi mamá me dijo que armara la maleta que me iba a quedar en otra casa la verdad es que me alegré. Fue cuando me vendió a la patrona. Tenía 12 años recién cumplidos. Mi vida mejoró, no me pagaban, pero al menos no me pegaban.
Tenía que empezar a trabajar a las 4:00am, barrer la calle, preparar café, airear la casa, hacer desayuno, llevar las niñas al colegio; unas peladitas estiradas que todo el tiempo hacían mala cara y se quejaban, si yo hubiera sido su mamá les hubiera dado un par de azotes para que aprendieran que cuando uno tiene todo, no se debe de quejar de nada. Las dejo en el colegio, vuelvo para terminar el aseo, peinar al chandoso y sacarle pulgas, no hace sino enmugrarlo todo, si por mi fuera ya le hubiera dado una sopita de veneno de ratas para mandarlo a dormir, pero el patrón me mata si a ese bicho le pasa algo, si dice que es como su hijo, pero en perro, eso si, cuando se pone altanero le doy menos comida.
Luego cocino, lavo ropa y plancho las camisas del patrón. Doy la cena, llevo las niñas a la cama, lavo los chócoros y a las diez de la noche libro, eso si, si el patrón pide una agüita de manzanilla a medianoche, sacude una campanita para llamarme, aunque yo esté soñando que estoy en el campo, tengo que despertarme, los patrones tienen brazos y piernas de decoración, esa gente no sabe ni cómo se frita un huevo, ni qué comen sus hijas, ni si hay arroz; eso lo sé solo yo que nací con la cabeza bien puestas y el cuerpo bien armadito que sirve para todo.
Lo único que no me funciona bien es el corazón, porque el bobo ese del chofer me lo llenó de palabrejas y yo me las comí y lo que quería era mi florecita y cuando se la di no me volvió a hablar y le dijo a la patrona que lo miraba mucho y la patrona me insultó y me dijo que ese hombre era casado que esos hombres no se miran y que ese domingo no iba a salir de permiso por escabrincada. Y cuando dijo eso, yo me quedé como cucaracha mareada con el flus flus porque él malnacido no me había dicho que tenía mujer y ojalá que se estampille contra un muro y se muera despacito y le quede solo un ojo para ir a echarle una maldición.
Lo peor de todo es que me dejó un regalo dentro. Y la patrona lo descubrió y me puso de patitas en la calle. “Aquí yo no mantengo ninguna perjudicada”, me dijo. Y me fui al hospital para que me vieran la panza, rezándole a todos los santos para que fueran puras lombrices. Pero los santos nunca escuchar a los pobres, solo a los ricos que hablan con palabras bonitas.
La doctora que me atendió me dijo que no estaba enferma, ni perjudicada, y yo me largue a llorar todo lo que no había llorado nunca, y a decirle que yo no tenía casa, y entre mocos le conté toda mi vida y esa doctora va y me dice que porque no me voy a trabajar a su casa. Yo cómo voy a trabajar con esa maldición en la barriga. La doctora me dice que eso no es ninguna maldición.
Me lleva para su casa. Y empieza a pagarme por cada semana de trabajo y no tiene campanita. Y empiezo a dormir y a soñar sin que me partan el sueño. Y pienso que lo que me pasa es que me morí con eso del parto y que por eso estoy imaginándome que alguien es bueno conmigo. Pero la doctora me ayuda con mi bebé y me dice que me va a dar para estudiar, que yo lo que no he tenido es oportunidades.
Y yo cuido a esa doctora como si fuera la persona más importante el mundo, porque lo que me faltó de mamá y me sobró de abuela y nunca tuve de papá, me lo esta dando esta señora. Y la bendigo mil veces y ojalá que siempre sea feliz y que viva mucho y me escucho lanzando bendiciones y no me conozco, parezco otra persona, pero soy yo, yo mismita y me gusta.
Y entonces pienso que mejor que el chofer ese no se muera, ni la patrona, ni el patrón, ni la vieja de mi abuela, ni la señora que me parió, ni mis primos, ni ninguno de esos, para que vean que yo voy a criar a mi hija y no la voy a regalar, ni le voy a pegar y le voy a decir que ella puede con todo y me voy a poner a estudiar, y ella también va a estudiar y voy a tener un buen trabajo y voy a demostrarles que yo valgo más que todos esos varones que nacen para patrones, nada de eso, aquí la patrona voy a ser yo, que por algo me pusieron ese nombre al nacer, lo único bueno que me dejaron, ahora voy a ser Luz, la oscuridad mejor que mire pa’ otro lado.
La vieja es bien mala, pero conozco peores.
Ahora tengo 17 años, mi mamá me entregó desde los 10 años que dizque para darme una mejor vida, pero la purita verdad es que se quedó con los varones, yo era la única hembra y parece que valemos menos. Ellos cuando crecen, si sobreviven a la vida, se vuelven patrones, o al menos ganan más que nosotras.
Mi mamá ya me había regalado antes. Llevaba como dos años viviendo con mi abuela, una vieja que parecía un animalito arrugado picado por alacranes. Ese vejestorio lo único que sabía hacernos a mis primas y a mi era darnos azotes, por suerte era pequeña y las fuerzas no le daban para mucho, pero tocaba aguantarse a esa vieja cacreca con su palo de caña dándonos en la espalda con su genio de los mil demonios. A los varones no los tocaba, mis dos primos hacían y deshacían y les perdonaba todo, porque ellos se convertirían en hombres y traerían el pan y nosotras solo problemas. Vieja del infierno ojalá se te tuerza la cadera como un gusano y te quedes en una silla con la lengua de medio lado y te ensucies encima y te pongan en el patio con los marranos. Aunque con morirte ya me bastaría.
Cuando mi mamá me dijo que armara la maleta que me iba a quedar en otra casa la verdad es que me alegré. Fue cuando me vendió a la patrona. Tenía 12 años recién cumplidos. Mi vida mejoró, no me pagaban, pero al menos no me pegaban.
Tenía que empezar a trabajar a las 4:00am, barrer la calle, preparar café, airear la casa, hacer desayuno, llevar las niñas al colegio; unas peladitas estiradas que todo el tiempo hacían mala cara y se quejaban, si yo hubiera sido su mamá les hubiera dado un par de azotes para que aprendieran que cuando uno tiene todo, no se debe de quejar de nada. Las dejo en el colegio, vuelvo para terminar el aseo, peinar al chandoso y sacarle pulgas, no hace sino enmugrarlo todo, si por mi fuera ya le hubiera dado una sopita de veneno de ratas para mandarlo a dormir, pero el patrón me mata si a ese bicho le pasa algo, si dice que es como su hijo, pero en perro, eso si, cuando se pone altanero le doy menos comida.
Luego cocino, lavo ropa y plancho las camisas del patrón. Doy la cena, llevo las niñas a la cama, lavo los chócoros y a las diez de la noche libro, eso si, si el patrón pide una agüita de manzanilla a medianoche, sacude una campanita para llamarme, aunque yo esté soñando que estoy en el campo, tengo que despertarme, los patrones tienen brazos y piernas de decoración, esa gente no sabe ni cómo se frita un huevo, ni qué comen sus hijas, ni si hay arroz; eso lo sé solo yo que nací con la cabeza bien puestas y el cuerpo bien armadito que sirve para todo.
Lo único que no me funciona bien es el corazón, porque el bobo ese del chofer me lo llenó de palabrejas y yo me las comí y lo que quería era mi florecita y cuando se la di no me volvió a hablar y le dijo a la patrona que lo miraba mucho y la patrona me insultó y me dijo que ese hombre era casado que esos hombres no se miran y que ese domingo no iba a salir de permiso por escabrincada. Y cuando dijo eso, yo me quedé como cucaracha mareada con el flus flus porque él malnacido no me había dicho que tenía mujer y ojalá que se estampille contra un muro y se muera despacito y le quede solo un ojo para ir a echarle una maldición.
Lo peor de todo es que me dejó un regalo dentro. Y la patrona lo descubrió y me puso de patitas en la calle. “Aquí yo no mantengo ninguna perjudicada”, me dijo. Y me fui al hospital para que me vieran la panza, rezándole a todos los santos para que fueran puras lombrices. Pero los santos nunca escuchar a los pobres, solo a los ricos que hablan con palabras bonitas.
La doctora que me atendió me dijo que no estaba enferma, ni perjudicada, y yo me largue a llorar todo lo que no había llorado nunca, y a decirle que yo no tenía casa, y entre mocos le conté toda mi vida y esa doctora va y me dice que porque no me voy a trabajar a su casa. Yo cómo voy a trabajar con esa maldición en la barriga. La doctora me dice que eso no es ninguna maldición.
Me lleva para su casa. Y empieza a pagarme por cada semana de trabajo y no tiene campanita. Y empiezo a dormir y a soñar sin que me partan el sueño. Y pienso que lo que me pasa es que me morí con eso del parto y que por eso estoy imaginándome que alguien es bueno conmigo. Pero la doctora me ayuda con mi bebé y me dice que me va a dar para estudiar, que yo lo que no he tenido es oportunidades.
Y yo cuido a esa doctora como si fuera la persona más importante el mundo, porque lo que me faltó de mamá y me sobró de abuela y nunca tuve de papá, me lo esta dando esta señora. Y la bendigo mil veces y ojalá que siempre sea feliz y que viva mucho y me escucho lanzando bendiciones y no me conozco, parezco otra persona, pero soy yo, yo mismita y me gusta.
Y entonces pienso que mejor que el chofer ese no se muera, ni la patrona, ni el patrón, ni la vieja de mi abuela, ni la señora que me parió, ni mis primos, ni ninguno de esos, para que vean que yo voy a criar a mi hija y no la voy a regalar, ni le voy a pegar y le voy a decir que ella puede con todo y me voy a poner a estudiar, y ella también va a estudiar y voy a tener un buen trabajo y voy a demostrarles que yo valgo más que todos esos varones que nacen para patrones, nada de eso, aquí la patrona voy a ser yo, que por algo me pusieron ese nombre al nacer, lo único bueno que me dejaron, ahora voy a ser Luz, la oscuridad mejor que mire pa’ otro lado.
Dedo-Te-Cuento
Cuento que te cuento un cuento,
con cinco dedos rebeldes
o seis o siete,
con uno que era muy mandón
y otro muy respondón.
Uno malgeniado,
otro torpe y uno despistado.
Otro soñador,
otro malvado.
Otro con dilemas dedales,
otro con problemas uñales
y uno tan discreto que casi ni lo miento.
Todos compartían una mano, o dos, una garra, una pata, una pezuña
o la palma peluda de una gatuña.
Y aunque nadie entendía cómo lo hacían,
una buena convivencia tenían.
Porque aunque todos eran muy diferentes
resolvían sus problemas charlando como dedos valientes.
con cinco dedos rebeldes
o seis o siete,
con uno que era muy mandón
y otro muy respondón.
Uno malgeniado,
otro torpe y uno despistado.
Otro soñador,
otro malvado.
Otro con dilemas dedales,
otro con problemas uñales
y uno tan discreto que casi ni lo miento.
Todos compartían una mano, o dos, una garra, una pata, una pezuña
o la palma peluda de una gatuña.
Y aunque nadie entendía cómo lo hacían,
una buena convivencia tenían.
Porque aunque todos eran muy diferentes
resolvían sus problemas charlando como dedos valientes.
El Coronel sí tiene quien le escriba
Macondo, 18 de septiembre de 2022
Estimado coronel,
¡No se le ocurra comerse mi carta! Ya sé que el papel de arroz y las fibras vegetales alimentan. Pero las palabras alimentan más. Léame con atención estimado coronel. Déjeme que lo alimente, aunque sea por un minuto, de esos que parecen eternos.
No me va a creer lo que le voy a contar: ¡Su gallito respingón fue el ganador de la contienda! Pero no me malinterprete, no quiero decir que derrotó a su enemigo, a espuela y pluma, eso usted ya lo sabe, sino que sobrevivió. Sobrevivir es ganar y en eso usted es especialista. ¿Alguien le contó lo que de verdad pasó aquel día? ¿quiere saberlo?
Ya sé que no es la carta que usted espera. Que la pensión viene a lomo de hicotea coja, que el hambre acecha. Pero sepa usted estimado coronel que su poder sobrenatural de la paciencia me hace admirarlo profundamente. Una admiración que viene de antaño. ¿Le cuento lo del gallo?
Han pasado los años desde que nos cruzamos usted y yo, lo recuerdo en el puerto, esperando su carta. Y yo esperando que usted no perdiera la esperanza. Ya sé que de la esperanza no se alimenta nadie, pero la esperanza hace que caminemos hacia adelante. Su esperanza me alimenta.
¿Recuerda el gran día de la contienda? Ese día usted no se levantó de la cama, le dijo a su mujer que tenía fiebre, pero lo que tenía era miedo. No mintió del todo. La fiebre y el miedo se parecen mucho. Los dos hacen que deliremos un poco. Su gallo estaba brillante, las espuelas afiladas, la mirada audaz, la cola emplumada, el peso perfecto. El contrincante no hubiera podido derrotarlo. Era más débil, de esos animales que no miran a los ojos. Pero su gallo de pelea había comido de su mano. Se había alimentado de usted. Su gallo no iba nunca a aprovecharse de alguien más débil. Y tuvo su paciencia, se dejó picotear, se defendió lo justo y dejó que el otro ganara.
Su gallo nos dio a todos una lección de humanidad.
Siéntase orgulloso coronel. Su gallo no perdió. Su gallo ganó. Su gallo nos dio esperanza. Ganar a toda costa aprovechándose de la debilidad no es una victoria. Mirar con compasión y resistir es de valientes. Su gallo nos dio mucha luz coronel, esa que, aunque no da de comer, nos alimenta el alma.
Gracias coronel. Resista, no se rinda. El día menos pensado, otro gallo cantará.
Afectuosamente,
L.
(Carta ganadora del concurso "El Coronel sí tiene quien le escriba" Organizada por Casa América Catalunya 2022)
Estimado coronel,
¡No se le ocurra comerse mi carta! Ya sé que el papel de arroz y las fibras vegetales alimentan. Pero las palabras alimentan más. Léame con atención estimado coronel. Déjeme que lo alimente, aunque sea por un minuto, de esos que parecen eternos.
No me va a creer lo que le voy a contar: ¡Su gallito respingón fue el ganador de la contienda! Pero no me malinterprete, no quiero decir que derrotó a su enemigo, a espuela y pluma, eso usted ya lo sabe, sino que sobrevivió. Sobrevivir es ganar y en eso usted es especialista. ¿Alguien le contó lo que de verdad pasó aquel día? ¿quiere saberlo?
Ya sé que no es la carta que usted espera. Que la pensión viene a lomo de hicotea coja, que el hambre acecha. Pero sepa usted estimado coronel que su poder sobrenatural de la paciencia me hace admirarlo profundamente. Una admiración que viene de antaño. ¿Le cuento lo del gallo?
Han pasado los años desde que nos cruzamos usted y yo, lo recuerdo en el puerto, esperando su carta. Y yo esperando que usted no perdiera la esperanza. Ya sé que de la esperanza no se alimenta nadie, pero la esperanza hace que caminemos hacia adelante. Su esperanza me alimenta.
¿Recuerda el gran día de la contienda? Ese día usted no se levantó de la cama, le dijo a su mujer que tenía fiebre, pero lo que tenía era miedo. No mintió del todo. La fiebre y el miedo se parecen mucho. Los dos hacen que deliremos un poco. Su gallo estaba brillante, las espuelas afiladas, la mirada audaz, la cola emplumada, el peso perfecto. El contrincante no hubiera podido derrotarlo. Era más débil, de esos animales que no miran a los ojos. Pero su gallo de pelea había comido de su mano. Se había alimentado de usted. Su gallo no iba nunca a aprovecharse de alguien más débil. Y tuvo su paciencia, se dejó picotear, se defendió lo justo y dejó que el otro ganara.
Su gallo nos dio a todos una lección de humanidad.
Siéntase orgulloso coronel. Su gallo no perdió. Su gallo ganó. Su gallo nos dio esperanza. Ganar a toda costa aprovechándose de la debilidad no es una victoria. Mirar con compasión y resistir es de valientes. Su gallo nos dio mucha luz coronel, esa que, aunque no da de comer, nos alimenta el alma.
Gracias coronel. Resista, no se rinda. El día menos pensado, otro gallo cantará.
Afectuosamente,
L.
(Carta ganadora del concurso "El Coronel sí tiene quien le escriba" Organizada por Casa América Catalunya 2022)
Un dulce templo
En uno de mis andares de viajera aventurera terminamos en una minúscula comunidad al norte de Nepal invitados a dormir en su pequeño templo budista. Ante tal generosidad no pudimos negarnos y aceptamos dormir entre algunos cuadros de Budas de colores, banderines y ofrendas varias: platitos pequeños, torres blancas, flores. Luego de un día muy largo de caminata y acompañados por un perro que había decidido cuidarnos, aquel lugar nos pareció de ensueño.
El pequeño templo consistía en una caseta de hojalata con algunos colchones enrollados, una mesa muy larga con cuadros gigantes, en un rincón frente a los cuadros, una cama y un par de mantas. Era el refugio perfecto para pasar la noche. Todo iba bien hasta que pasada la media noche empezaron los ruidos. Eran chillidos muy leves, pero cercanos. Teníamos nuestros frontales y el perro. Dimos una guardia rápida con la mirada hasta que lo vi. Saliendo por un lateral de uno de los cuadros de Buda un trozo de carne alargada se movía con suavidad. -Una culebra!!!- grité despavorida. Entonces mi compañero de aventura saltó de la cama y se acercó un poco. En ese momento la especie de culebra se ocultó detrás del cuadro. Y con mucha lentitud y ante nuestros ojos de platos, asomó su diminuta cabeza por encima de la cabeza de Buda.
No había duda, el sonidito que escuchábamos y que nos había despertado provenía del señor de bigotes, orejas redondas, hocico y una cola alargada como de culebra: estábamos en un nido de ratas. Nuestro perro guardián parecía estar acostumbrado, así que no intentaba nada. Nosotros no volvimos a pegar los ojos. A medida que pasaban los segundos empezamos a ver cómo, con total descaro y retándonos, nuestras compañeras de templo empezaban a caminar orondas entre las ofrendas. Y entonces entendimos todo. Encima de la mesa había granos de arroz y las torres blancas, como pasteles, que cuidaban los cuadros eran de harina y estaban recubiertas de azúcar. O al menos eso parecía, al ver cómo la rata jefa tomaba con sus manos la torre y empezaba a comérsela. No teníamos a dónde ir, era tarde y estábamos muy lejos. Decidimos hacer un sahumerio para espantar a nuestros compañeros de habitación, el perro fue el único que se espantó. Casi nos ahogamos. Nos tocó salir a respirar y volver a quedar en guardia.
En cuanto se fue el humo contamos 6 ratas con tonos distintos de marrón. Una de ella, la más audaz, desfilaba por un trozo de madera que estaba sobre nuestra cama. Creamos un par de barreras con sonidos para que no se acercaran. Ellas nos miraban, nosotros los mirábamos. Si no tuvieran esa cola alargada y pelada podrían pasar por animalitos tiernos. Pero quién me quitaba de la cabeza a mí la historia que me contó mi mamá que una vez a un bebé que dejaron en un cajón unas ratas se le comieron las manos. Tuve la prudencia de contársela a mi compañero, el cuál sintiéndose más vulnerable que aquel pobre bebé casi enloquece. -Nos pueden morder. -Yo creo que sí, pero bueno. Tienen arroz de sobra. Quizás primero intenten comerse al perro- intenté bromear. -Si tuviéramos alma de cazadores seguro las atraparíamos, deben saber a morcilla si su dieta es a base de arroz- Tal vez, producto del sahumerio, estuve delirando sobre recetas de ratas silvestres. Y entre pánico y risas así amanecimos. Viendo a nuestras amigas ratas comer arroz, delirando y aguantándonos los párpados para no ser convertidos en postre de rata.
El pequeño templo consistía en una caseta de hojalata con algunos colchones enrollados, una mesa muy larga con cuadros gigantes, en un rincón frente a los cuadros, una cama y un par de mantas. Era el refugio perfecto para pasar la noche. Todo iba bien hasta que pasada la media noche empezaron los ruidos. Eran chillidos muy leves, pero cercanos. Teníamos nuestros frontales y el perro. Dimos una guardia rápida con la mirada hasta que lo vi. Saliendo por un lateral de uno de los cuadros de Buda un trozo de carne alargada se movía con suavidad. -Una culebra!!!- grité despavorida. Entonces mi compañero de aventura saltó de la cama y se acercó un poco. En ese momento la especie de culebra se ocultó detrás del cuadro. Y con mucha lentitud y ante nuestros ojos de platos, asomó su diminuta cabeza por encima de la cabeza de Buda.
No había duda, el sonidito que escuchábamos y que nos había despertado provenía del señor de bigotes, orejas redondas, hocico y una cola alargada como de culebra: estábamos en un nido de ratas. Nuestro perro guardián parecía estar acostumbrado, así que no intentaba nada. Nosotros no volvimos a pegar los ojos. A medida que pasaban los segundos empezamos a ver cómo, con total descaro y retándonos, nuestras compañeras de templo empezaban a caminar orondas entre las ofrendas. Y entonces entendimos todo. Encima de la mesa había granos de arroz y las torres blancas, como pasteles, que cuidaban los cuadros eran de harina y estaban recubiertas de azúcar. O al menos eso parecía, al ver cómo la rata jefa tomaba con sus manos la torre y empezaba a comérsela. No teníamos a dónde ir, era tarde y estábamos muy lejos. Decidimos hacer un sahumerio para espantar a nuestros compañeros de habitación, el perro fue el único que se espantó. Casi nos ahogamos. Nos tocó salir a respirar y volver a quedar en guardia.
En cuanto se fue el humo contamos 6 ratas con tonos distintos de marrón. Una de ella, la más audaz, desfilaba por un trozo de madera que estaba sobre nuestra cama. Creamos un par de barreras con sonidos para que no se acercaran. Ellas nos miraban, nosotros los mirábamos. Si no tuvieran esa cola alargada y pelada podrían pasar por animalitos tiernos. Pero quién me quitaba de la cabeza a mí la historia que me contó mi mamá que una vez a un bebé que dejaron en un cajón unas ratas se le comieron las manos. Tuve la prudencia de contársela a mi compañero, el cuál sintiéndose más vulnerable que aquel pobre bebé casi enloquece. -Nos pueden morder. -Yo creo que sí, pero bueno. Tienen arroz de sobra. Quizás primero intenten comerse al perro- intenté bromear. -Si tuviéramos alma de cazadores seguro las atraparíamos, deben saber a morcilla si su dieta es a base de arroz- Tal vez, producto del sahumerio, estuve delirando sobre recetas de ratas silvestres. Y entre pánico y risas así amanecimos. Viendo a nuestras amigas ratas comer arroz, delirando y aguantándonos los párpados para no ser convertidos en postre de rata.
Cosas de mujeres
Deambulo por una exposición sobre feminismos. Y entonces la veo absorta en su música con la cabeza un poco gacha. Concentrada en la tarea de limpiarlo todo. Podía llamarse María, Yadira, Yamina, Yurleidy. Ella no me ve. Solo barre concentrada. De fondo una manzana gigante. Yo la sigo mirando y ella limpia con ahínco las huellas de las visitantes, en su mayoría mujeres. Al principio, pienso que se trata de una performance elaborada. Es pequeña, piel morena, rasgos latinos, uniformada. Imagino que va de repente a empezar a manifestarse.¡No limpio más! Y a lanzar su escoba hacia la televisión rompiéndola estrepitosamente, mientras vemos entrecortada la escena de un hombre criticando a una política por no depilarse la axila. Pero esto no pasa. Ella solo barre. Me impacta verla mientras leemos estadísticas sobre invisibilidad femenina. Nadie la ve. Todas parecen ignorarla. ¿Pero qué tiene de malo? Igual está trabajando. Ni más, ni menos. Pero en una exposición sobre feminismos, su figura me incomoda. Quizás no hay hombres que se presentaron a ese puesto. Quizás ella se siente bien pagada y está feliz. Sigo imaginando que todo es una performance dentro de la exposición. Y ella sigue barriendo. Limpia los juguetes rosas de mujeres y azules de hombres, limpia las estadísticas sobre desigualdades salariales, sacude el polvo al cartel del 8M. Me pregunto si su invisibilidad la protege o la margina. Me pregunto si ha tenido la curiosidad de ver la exposición, o solo de limpiarla. No me aguanto. Le hablo: —Perdona, te puedo hacer una pregunta— Me mira extrañada y apaga su música —¿Qué pasa? —¿Sabes de qué va esta exposición? —De cosas de mujeres, creo. Perdona, voy por feina—. Le doy las gracias y me voy. "Cosas de mujeres". La performance toma vida.
(Textografía ganadora del segundo puesto en el certamen 2022 Centre Cívic Matas i Ramis)
(Textografía ganadora del segundo puesto en el certamen 2022 Centre Cívic Matas i Ramis)
Romper silencios
Narrar es romper silencios. Es hablar de eso que nos asusta y asustarnos y aceptarlo y luego aprender (o no) pero al menos nombrar las cosas. En uno de los grupos de hace unas semanas (donde narro cuentos y hablamos de temas diversos con niñas y niños de primaria), había una niña que había perdido hace muy poco a su padre por un cáncer de esos traicioneros que se lleva a la gente en semanas. En principio la profesora me pidió que no hablara de ese tipo de familia. Que prefería que ese tema no se tocará. Pero yo insistí. Le pedí que le pidiera permiso a la mamá de la niña, que ella decidiera, argumentándole que al nombrar las cosas, les quitamos el tabú, que así la niña podría escuchar sobre otros casos similares. Y la mamá aceptó. Y entre cuentos y juegos hablamos de todos los tipos de familias posibles, incluida la de ella. Y teníamos miedo, de hacer doler. Pero el silencio da más miedo. Y hablamos y nos emocionamos y le mandamos mucho amor a ese papá volador. Y estuvo allí con nosotras. Y fue precioso. Y hablamos también de abuelas, abuelos, amigos, vecinas, mascotas y gente que había muerto hace poco o hace mucho. Y terminamos creando un altar con dibujos, entre todas y todos para nuestros muertos. Rompimos el silencio. Dejamos el aire más liviano, hablamos de la muerte y de la vida. Que son parte del mismo viaje.
8M
Llegó a la escuela el 8M y nos dan la bienvenida a todas con una pancarta por el día de la mujer. A la entrada hay unas cajas gigantes donde se recogen alimentos y donaciones para Ucrania. Termino mi taller de feminismo y nuevas masculinidades en la escuela y empiezo a recoger los materiales. Tres niñas de 10 años se quedan hablando detrás de mí. Escucho atenta: "-No dejan que los marroquíes huyan de la guerra. -Dicen que son muchos y pasan primero los de Ucrania. -En las guerras los buenos también son malos. -Yo no elegí nacer en Marruecos. Nadie elige el país donde nace. - Mi madre tuvo que huir conmigo para que yo pudiera estudiar, ella quería ser doctora pero no pudo. -El mundo es muy injusto siempre." Termino de recoger los materiales con un nudo en la garganta. No recuerdo tener tanta reflexión a los 10 años. Tanto mundo en la cabeza. Pienso en las niñas y los niños que viven en primera persona una cantidad inmensa de injusticias innombrables. En los silencios de miles, en las lágrimas. Salgo de la clase cabizbaja. Empiezo a bajar las escaleras y una de las niñas me llama. Me giro y viene a abrazarme. -Gracias. ¡Me divertí mucho en tu clase... se pasó volando! ¿Cuándo vuelves? Le devuelvo el abrazo, le sonrío y le contesto: - Cuando me vuelvan a invitar. El ánimo se me compone al segundo. Pienso en esa historia del colibrí que "hacía lo que podía" y bato mis diminutas alas en dirección al tren.
Desencuentros felices
De regreso de un vuelo corto por España, el avión tiene un retraso considerable y nos anuncian que no llegaremos antes de media noche a casa. Me concentro en mi libro y a mi lado, una joven china nerviosa, empieza a charlarme sobre el miedo que le produce llegar a una ciudad desconocida tan tarde. Yo intento tranquilizarla –Barcelona es amigable mujer, no pasa nada. Llegar a media noche no tiene porque ser un problema–. Le cambio de tema y empiezo a preguntarle sobre el motivo de su viaje, me cuenta que su hermano vive en la ciudad, pero que trabaja mucho y por eso no viene a recogerla (en ese momento se me ocurre un chiste pendejo "trabaja como chino" pero mejor me lo guardo, entre su inglés y el mío, su cultura y la mía, su humor y el mío...borro el comentario y sigo escuchándola). Al rato me dice que la casa de su hermano está a una distancia "caminable" de la famosa "Sagrada Familia". Y yo le digo que de mi casa también es bastante cerca. Se sorprende mucho y yo mas aún cuando saca un papel con la dirección de su casa. Es literalmente a dos calles de la mía. ¿Tomamos un taxi juntas? No hay duda. Su cara se relaja y terminamos el vuelo hablando de la comida china. Llegamos a un punto de la conversación donde concluimos que el arroz tres delicias no existe en China. Es un invento de éste lado del charco. ”Delicious rice is a fake”. Reímos. Al aterrizar sentimos que un hombre nos sigue a la salida del avión. Nos hacemos en la cola para esperar el taxi y justo antes de nuestro turno nos habla. –Perdón, es que las escuché hablar en el avión, iba detrás. ¿Puedo compartir el taxi con ustedes? – En la fracción de segundo que lo escuchó lo estudio con mi ojo milimétrico, no tiene pinta de descuartizador, además no es lo que se dice un hombre grande, podría defenderme, además somos dos contra uno, sin mucha reflexión acepto. La verdad es que tiene cara de buena persona. Entramos los tres al taxi. El taxista pregunta a dónde vamos. Nos miramos los tres. En ese momento yo le digo al nuevo pasajero que la prioridad es la china, que nosotros caminamos lo que haga falta. Él acepta. Entonces ocurre: le pido la dirección a la china y mientras la leo en voz alta el joven, señor, muchacho, como quieran llamarlo empieza de repente a sonreír: –no lo puedo creer –dice. El taxi arranca. –¿No puedes creer qué? –le digo sin entender nada. –Vivo a dos calles de esa dirección–. Entre el joven, la china y yo hay dos calles de diferencia (uno para el norte, la china en el medio y otro para el sur). Nos reímos de las casualidades. Celebramos compartir ese taxi, pagamos diez euros cada uno y llegamos a casa de la china bastante rápido. Intercambiamos los teléfonos –Ayudemos esta vez a la casualidad –le digo. Un mes después recibo un mensaje con una invitación al Teatro Liceu. Terminamos con la china viendo una ópera preciosa. El joven, señor, muchacho, como quieran llamarlo nos invitó a un preestreno en su lugar de trabajo. Ya decía yo que no tenía cara de descuartizador. Es que Barcelona es amigable. Yo no tengo ninguna duda.
Escuchadora sostenible
Estoy en medio de las fiestas de mi barrio narrando cuentos para público familiar al aire
libre. Llega el momento de la historia en que una mujer esquimal (para mayor rigurosidad Inuit) prepara una sopa de morsa. De inmediato una niña de no más de 8 años se levanta
e interviene: -Las morsas están en vía de extinción. No se deben convertir en sopa-. Trago seco. Y detallo a mi escuchadora reflexiva. Y prosigo, intentando convencerla. -Es que son morsas ecológicas, bioéticas, sostenibles, que son criadas en lugares
especiales para el consumo humano-. La niña vuelve al ataque: -Las morsas no deben vivir en granjas y no están de acuerdo con ser devoradas-. Entonces intento darle la razón y cedo un poco. Muto el menú para reducir la sensibilidad animal de la pequeña. Y le digo que, aunque parezca que es sopa de morsa, lo que la
señora está a punto de preparar es una olla gigante con granizado polar, típica de la zona. Que la adoban con un condimento artificial con saborizante a morsa, pero ninguna morsa
sufre ningún daño.
Entonces la niña vuelve a intervenir: -Con ese frío no debe apetecer mucho comer helado.
En ese momento padres, madres, tías, abuelas, abuelos, pequeños y curiosos nos miran. La narrada es una contienda entre la niña y yo. Hago crujir mis manos y lo intento de nuevo. -Lo que pasa es que justo ese día hacía un calor impresionante. Como cuando aquí en pleno invierno sale mucho el sol, ese día, dan ganas de helado-. La niña sonríe y se
sienta. Parece que la situación está controlada. Me extiendo en mi idea de la producción de helados y me explayo explicando que la señora va a ser helados para toda la comunidad. Helados con diversos tonos de blancos. Helados con mucho hielo y mucho
sabor. Entonces la niña vuelve a levantar la mano. Me preparo para su estocada. -Por eso es que
dicen que el hielo polar se está acabando. Debe ser culpa de esa señora que lo está vendiendo-. Entonces suspiro y me entrego a la imaginación de la pequeña. -Así es. Por suerte la señora fue detenida a tiempo. Al parecer una niña muy inteligente avisó a las
autoridades y ya no va a poder vender hielo nunca más-. La sonrisa que se le pinto a la pequeña no le cabía en el rostro. Terminé la narración y la niña estuvo atenta, sonriente y callada el resto de las historias. Al finalizar se acercó a darme un abrazo. -Gracias por
salvar las morsas. Entonces le sonreí. -Yo no las salvé, fuiste tú.
libre. Llega el momento de la historia en que una mujer esquimal (para mayor rigurosidad Inuit) prepara una sopa de morsa. De inmediato una niña de no más de 8 años se levanta
e interviene: -Las morsas están en vía de extinción. No se deben convertir en sopa-. Trago seco. Y detallo a mi escuchadora reflexiva. Y prosigo, intentando convencerla. -Es que son morsas ecológicas, bioéticas, sostenibles, que son criadas en lugares
especiales para el consumo humano-. La niña vuelve al ataque: -Las morsas no deben vivir en granjas y no están de acuerdo con ser devoradas-. Entonces intento darle la razón y cedo un poco. Muto el menú para reducir la sensibilidad animal de la pequeña. Y le digo que, aunque parezca que es sopa de morsa, lo que la
señora está a punto de preparar es una olla gigante con granizado polar, típica de la zona. Que la adoban con un condimento artificial con saborizante a morsa, pero ninguna morsa
sufre ningún daño.
Entonces la niña vuelve a intervenir: -Con ese frío no debe apetecer mucho comer helado.
En ese momento padres, madres, tías, abuelas, abuelos, pequeños y curiosos nos miran. La narrada es una contienda entre la niña y yo. Hago crujir mis manos y lo intento de nuevo. -Lo que pasa es que justo ese día hacía un calor impresionante. Como cuando aquí en pleno invierno sale mucho el sol, ese día, dan ganas de helado-. La niña sonríe y se
sienta. Parece que la situación está controlada. Me extiendo en mi idea de la producción de helados y me explayo explicando que la señora va a ser helados para toda la comunidad. Helados con diversos tonos de blancos. Helados con mucho hielo y mucho
sabor. Entonces la niña vuelve a levantar la mano. Me preparo para su estocada. -Por eso es que
dicen que el hielo polar se está acabando. Debe ser culpa de esa señora que lo está vendiendo-. Entonces suspiro y me entrego a la imaginación de la pequeña. -Así es. Por suerte la señora fue detenida a tiempo. Al parecer una niña muy inteligente avisó a las
autoridades y ya no va a poder vender hielo nunca más-. La sonrisa que se le pinto a la pequeña no le cabía en el rostro. Terminé la narración y la niña estuvo atenta, sonriente y callada el resto de las historias. Al finalizar se acercó a darme un abrazo. -Gracias por
salvar las morsas. Entonces le sonreí. -Yo no las salvé, fuiste tú.
Xavi Espacial
Voy tarde y tengo una entrada reservada. Por temas covid, para ver el espectáculo solo hay 11 plazas. No puedo faltar por nada del mundo. Calculo. Bici, metro, bus, ferrocarril. Nada. La única manera de llegar "raspando" es en taxi. Calculo. El taxi no pasará de 5€. Saco la mano y lo tomo. El taxista es catalán. Le indico el nombre del lugar. El recita de memoria la calle y el número. Me sorprende que con el nombre del lugar el ya sepa cómo llegar. No es un sitio muy conocido. Lo miro a través del plástico de seguridad que nos separa. Debe tener cincuenta y pocos. —¿Tienes el mapa de Barcelona en la cabeza? —Bueno, ya llevo más de 30 años en el oficio. A mi los nombres de las calles se me quedan —Eso es un talento importante— le digo. El hombre se ríe. Entonces da un giro en el taxi y me empieza a recitar los nombres de las calles que suben y bajan. Como una lección magistral de ubicación espacial. Impresionante. —Yo tardé como 10 años en aprenderme las plazas de mi barrio. Aún hoy me pierdo de vez en cuando. Esa inteligencia no la tengo muy desarrollada. —Eso no es inteligencia—me dice. —¿cómo que no? claro que sí. —La verdad es que mi mamá siempre me dijo que yo era el tonto de la casa. Bueno, porque no quise estudiar. Todos mis hermanos estudiaron. Entonces ellos también empezaron a decirme tonto. Para que estudiara, pero a mí eso no me gustaba—. Nos quedamos un rato en silencio. Entonces me siguió recitando las calles de memoria. Hasta que llegamos a mi destino. Entonces mientras sacaba el monedero se lo dije —Sabes que tienes un talento espacial. Eso también es inteligencia. Entonces paró, se giró y me miró a los ojos —¿de verdad? —Si, claro—. Entonces le añadí una referencia para que me avalara, para que se avalara. —Yo estudié los tipos de inteligencia en la Universidad. Ya puedes decirle a tu mamá y a tus hermanos que de tonto no tienes ni un pelo— Entonces reímos. —Nunca había escuchado eso. —Pues ya lo sabes. Y entonces se le pintó en el rostro una sonrisa luminosa. —Me llamo Xavi. —Gracias Xavi por traerme por la ruta más corta. Si no es por tu inteligencia, no llego. Adéu.
Sube el telón
Estoy sentada en el último vagón del metro. Es tarde, un recorrido habitual. Voy distraída pensando en las líneas que tengo que aprenderme. Repaso intentando concentrarme en la precisión de la palabra "cómo se atreve a decirme: te perdí de todas las maneras posibles". Me encanta esa frase. Imagino maneras de enfatizarla. La saboreo.
-Seguro no te merecía-. En ese momento me giro y me doy cuenta que he hablado en voz alta. El joven que está a mi lado me mira con condescendencia. - A mí también me pasó. Llevábamos muchos años juntos y se rindió, con una excusa ridícula. La cobardía toma formas macabras-. Me hablaba con tanta sinceridad que no me atreví a explicarle que mi frase era parte de un guion, que nadie me había dicho nunca nada parecido. No fui capaz de romper su declaración, de no pertenecer a ese mundo que él había imaginado. Así que continúe entregándome al drama. - Bueno, esas cosas pasan. Al menos la tuya seguro que no se acostó con tu compañera de piso. - dije sin reflexionar. -No, se acostó con mi mejor amigo. Pero ya no me duele. Ya pasó. ¿Lo perdonaste? -.
En ese momento hice una pausa dramática intentando digerir su declaración. Buscaba en mi mente la manera más limpia de salir de esta conversación esquizofrénica sin causar mayores daños. - Sí, ya lo perdoné. Está superado- ¿Estás segura? porque verbalizar el dolor no es malo. Yo ya la perdoné a ella, a él no, no puedo. Pero lo sigo intentando. A veces pienso que fue mi culpa todo. - ¿Tú culpa? ¿no entiendo nada? - Bueno, yo alguna vez le dije en broma que sería lindo abrir la pareja, compartir con gente amorosa, vivir el amor libre. En teoría sonaba bien. Mi mejor amigo es un ser muy amoroso. Igual yo le di la idea. Luego me trague mis palabras. Escupí para arriba y me cayó en la frente. - Que buen dicho- le dije sudando frío.
Entonces contraatacó - ¿Cómo te diste cuenta que te la jugaba con tu compi? -Bueno, mi sexto sentido y una tanga diminuta que encontré al pasar la escoba por debajo de nuestra cama-. - ¡Qué fuerte! Me quedé con mirada neutral rogando que no me pidiera más detalles. En ese momento se detuvo el metro. Él se levanto, tomó mi mano y se despidió dándome un beso sonoro. -Ojalá perdones a tu amigo- le dije. - ¿Cuál amigo? Lo he inventado todo. Igual que tú. Que salga linda la obra.
-Seguro no te merecía-. En ese momento me giro y me doy cuenta que he hablado en voz alta. El joven que está a mi lado me mira con condescendencia. - A mí también me pasó. Llevábamos muchos años juntos y se rindió, con una excusa ridícula. La cobardía toma formas macabras-. Me hablaba con tanta sinceridad que no me atreví a explicarle que mi frase era parte de un guion, que nadie me había dicho nunca nada parecido. No fui capaz de romper su declaración, de no pertenecer a ese mundo que él había imaginado. Así que continúe entregándome al drama. - Bueno, esas cosas pasan. Al menos la tuya seguro que no se acostó con tu compañera de piso. - dije sin reflexionar. -No, se acostó con mi mejor amigo. Pero ya no me duele. Ya pasó. ¿Lo perdonaste? -.
En ese momento hice una pausa dramática intentando digerir su declaración. Buscaba en mi mente la manera más limpia de salir de esta conversación esquizofrénica sin causar mayores daños. - Sí, ya lo perdoné. Está superado- ¿Estás segura? porque verbalizar el dolor no es malo. Yo ya la perdoné a ella, a él no, no puedo. Pero lo sigo intentando. A veces pienso que fue mi culpa todo. - ¿Tú culpa? ¿no entiendo nada? - Bueno, yo alguna vez le dije en broma que sería lindo abrir la pareja, compartir con gente amorosa, vivir el amor libre. En teoría sonaba bien. Mi mejor amigo es un ser muy amoroso. Igual yo le di la idea. Luego me trague mis palabras. Escupí para arriba y me cayó en la frente. - Que buen dicho- le dije sudando frío.
Entonces contraatacó - ¿Cómo te diste cuenta que te la jugaba con tu compi? -Bueno, mi sexto sentido y una tanga diminuta que encontré al pasar la escoba por debajo de nuestra cama-. - ¡Qué fuerte! Me quedé con mirada neutral rogando que no me pidiera más detalles. En ese momento se detuvo el metro. Él se levanto, tomó mi mano y se despidió dándome un beso sonoro. -Ojalá perdones a tu amigo- le dije. - ¿Cuál amigo? Lo he inventado todo. Igual que tú. Que salga linda la obra.
Libros publicados
-
Salvador Buenconsejo
-
Desconexiones
-
El silencio se levanta
-
Vivir es convivir
Academia Editores
bottom of page